sábado, 5 de mayo de 2012

Metaficción al vapor.

Disclaimer: Cuento escrito en 20 minutos que aborda la metaficción, como ejercicio para la maestría en narrativa y producción.


Preso...


Tomé la hoja y comencé a escribir las formas en las que podía escapar de aquí. Había hecho la prueba trazando en las paredes grises, idea sencillas y de alguna manera las cosas tenían más sentido. Había empezado a recuperar la cordura, ya que los primeros seis meses en esta fría celda habían sido como seiscientos años para mí. No sabía porque estaba encerrado, no sabía si la lucha en la calles aún continuaba o si siquiera alguien se acordaba porque había empezado este conflicto. Desde la celda de esta carcel escuchaba a diario bombardeos continuos, explosiones lejanas y todo tipo de disparos que algunas veces alcanzaban a golpear las enormes murallas del complejo en el que estaba aprisionado. Recordaba poco de porque las cosas se habían puesto tan mal. Demasiado descontento social, muy pocas formas de reaccionar. Tomamos la calles y todo terminó se salió de control. Los pocos que sobrevivimos fuimos encerrados y callados para siempre, o al menos eso es lo que creyeron.
No había manera de comenzar a discernir lo que era real de lo irreal, tal vez la falta de luz o la poca comida que recibía cada tercer día habían hecho que comenzara imaginar situaciones que solo eran posibles dentro de mi cabeza, pero sabía que esa noche algo había sido distinto. La noche en que las explosiones no cesaron ni un instante, fue el momento en que tracé la palabra “SILENCIO” enorme con una pequeña piedra sobre uno de los muros de mi celda. En el momento que terminé de escribir, las explosiones cesaron. Silencio total. Como si de alguna manera hubiera sido yo de manera escrita quien hubiera comandado el cese del fuego desde mi fría habitación, la palabra se quedó iluminada a la luz de la luna y yo en una esquina me quedé en silencio, satisfecho de haber logrado algo. ¿Había sido real?
Durante las pocas horas a la semana en las que lograba convivir con otros rehos, contaba mi historia con gran orgullo. Sin embargo en un lugar donde la locura era el estatus normal de cualquier individuo, mi anécdota era de las más cuerdas dentro de esa oscura prisión. Esa noche que regresé a mi celda comencé a trazar una estrategia que podría fin a la guerra, el asesinato de líderes corruptos y autoritarios, el  lento regreso a una vida civilizada y justa para todos. Sueños que se antojaban imposibles desde donde estaba.
Pero todo comenzó a tener sentido a medida que pasaban los días. Todo empezó a volverse real, todo era verdad. Mediante algunos guardias nos enterábamos que las cosas empezaban a salirse de control para el régimen que nos había encerrado aquí. Líderes comenzaban a ser asesinados, movimientos insurgentes volvían a cobrar fuerza y de alguna manera la esperanza comenzaba a resurgir incluso en los que nos encontrábamos en la oscuridad total. Tomé la decisión de no confiarle a nadie que yo había sido en realidad quien había “ejecutado” desde mi celda todas esas acciones que parecían imposibles, pero que desde que habían sido escritas por mí se habían cumplido al pie de la letra. Mi celda se había vuelto poco a poco un mural lleno de grafítis que detallaban de manera precisa todo lo que había sucedido con el conflicto armado que aún se libraba en las calles. Era mi revolución, mi revolución personal desde este hoyo.
Fue una noche en que se reportaron disturbios en varios bloques, que encontré a una de los guardias inspeccionado a detalle mi celda. Parecía impresionado y al mismo tiempo impactado de toda la información contenida en aquellas paredes. Me quedé mudo, sabía que esto era motivo suficiente para que me fusilara ahí mismo. Mis ideas subersivas se habían vuelto realidad y ahora tenía enfrente de mí a alguien que estaba dispuesto a acabar con ellas de tajo. Abrió su abrigo y del interior sacó un pergamino y un pequeño lápiz. Me lo dió y me dijo, “Ten, traza tu revolución en esto y vuélvela realidad”. Se marchó y sonrió con culpa. 
Cuando comencé a escribir en esa hoja la forma en la que el movimiento insurgente tomaría la cárcel y nos liberaría a todos esa misma noche, mi mano comenzó a temblar. En el momento que solté el lápiz una gran explosión se escuchó desde afuera. Eran ellos. Habían llegado. La libertad por fin era nuestra. O quizás solo estaba alucinando.