viernes, 12 de noviembre de 2010

Reseña: Scott Pilgrim vs. The World.


That's a maze(ing)


Son raras las ocasiones en que una película logra conjuntar de manera tan precisa tantos elementos dentro de una trama que a simple vista parece ser como cualquier otra, pero que en el fondo conlleva las frustraciones, ilusiones y esperanzas de toda una generación.

Esta no es una historia de amor cualquiera. Definir a “Scott Pilgrim vs. The World” como la típica historia del chico que se enamora de una chica, intentando olvidar su pasado emocional, pero al mismo tiempo asumiendo la responsabilidad de tener que lidiar con un presente vacío sería reducirnos a una visión demasiado minimalista de una obra conformada por todo lo que la llamada ‘Generación Nintendo’ estuvo esperando durante años. Esta es una película hecha a la medida de sus sueños e ilusiones, en donde las referencias a todos esos mundos virtuales donde pasaron horas esperando rescatar a la princesa o simplemente vencer a un oponente sin recibir un sólo golpe, son traducidos al lenguaje cinematográfico de manera perfecta por un director que sin duda alguna se ha vuelto un referente en cuanto a cómo debe de contarse una comedia romántica para las audiencias contemporáneas.

Edgar Wright ha logrado trasladar los elementos del arte japonés encontrados en los seis volúmenes de la serie escrita e ilustrada por Brian Lee O’ Maley en una cinta que pasará a la posteridad por haber definido de manera clara que a veces lo más importante en el juego del amor no es el reto de conseguir a la chica, sino la maduración involucrada en el proceso de dejar de ser un adolescente enamorado de los juegos y la música y transformarse en un ser humano capaz de amarse y ser amado.

Scott Pilgrim, interpretado por Michael Cera -quien saltara a la fama con la serie de culto, “Arrested Development”- es un joven de 22 años sin mayor oficio que el de tocar el bajo con su fracasada banda Sex Bob-Omb, (clara referencia a uno de los enemigos más emblemáticos del plomero más famoso del mundo) mientras comparte un pequeño departamento en los suburbios de Toronto con su compañero Wallace y al mismo tiempo trata de lidiar con una ruptura amorosa que lo dejó devastado hace más de un año. Encontrando consuelo en una joven menor que él como mera distracción, Scott es el arquetipo de personaje que nos comunica todo lo que necesitamos saber sobre alguien cuyas ilusiones amorosas lo han traicionado a tal punto que sólo encuentra consuelo en las recompensas inmediatas que el rock y los videojuegos ofrecen como placebos a una vida en la que tal vez todo sea un mundano juego de video y nada más. Todo esto cambia cuando aparece en su mundo Ramona Flowers. Es amor a primera vista para el protagonista y es así como ella se convertirá a final de cuentas en el objetivo por el que Scott tendrá que luchar para ganar su amor, de manera literal, venciendo en combates tipo “Street-Fighter”, a sus siete ex novios quienes tienen como meta impedir que Ramona encuentra la felicidad amorosa.

El director no escatima en recursos que aludan a las distintas facetas por las que debe enfrentarse un héroe dentro de cualquier juego de aquella legendaria consola llamada Super Nintendo (SNES como se le apodó de cariño en su época) para poder llegar al ‘Jefe Final’. Este villano, quien aparenta ser un simple productor musical, es caracterizado por Jason Schwartzman en un papel completamente inusual a los que acostumbra como gran consentido de otro cineasta de vanguardia: Wes Anderson.

Cada enfrentamiento se vuelve algo memorable. Cargada de referencias que van desde “Final Fantasy” hasta “Mega-Man”, por mencionar sólo algunas, las luchas que sostiene Pilgrim con cada ex novio de Ramona (incluida una ex del sexo femenino) se traducen en varias de las mejores escenas de acción que el cine hollywoodense nos ha regalado este año. Cada pelea se resuelve de forma muy original, apegándose de forma fiel al material en el que está basado y, aunque el final de la historia diverja un poco del de los cómics, el resultado es igual de gratificante para el espectador en busca no solamente de efectos visuales vanguardistas, sino de una justificación total al objetivo final que busca nuestro héroe.

La película es un caramelo visual de principio a fin. Wright -quien se encargó también de co-adaptar el guión de los seis volúmenes en poco menos de dos horas- no da ni un solo respiro a la audiencia, y es que esta esa una cinta que puede ser disfrutada como una simple historia de amor, o como toda una odisea fantástica basada en un mundo diseñado para una generación cuya capacidad de asombro quedó enterrada con la llegada de las consolas de 128 bits. El estilo cinematográfico del director se encuentra pulido al máximo; quien en el pasado se encargara de enamorarnos con sus desenfrenados cortes rápidos y secuencias cargadas de humor, en sátiras al horror y películas policiacas como “Shaun of the Dead” y “Hot Fuzz” respectivamente, vuelve a las andadas en mejor forma que nunca. El también creador de la icónica serie británica “Spaced”, logra su primera adaptación del mundo de los cómics al cine de manera impactante.

El humor en la película funciona a la perfección: el estilo irónico de O’ Maley es entregado de manera soberbia por el resto del elenco, conformado en su mayoría por jóvenes talentos que apenas inician sus carreras dentro del caótico mundo del cine hollywoodense, pero cuyas aportaciones sobresalen con cada diálogo que entregan.

La banda sonora es también un elemento fundamental que acompaña de forma magistral cada escena: desde los ensayos de la banda de Scott, hasta las batallas musicales que sostienen en busca de un contrato que los lance a la fama, cada pieza musical encuentra sentido al momento de ser conjuntando con las imágenes en pantalla. Nada de esto sorprende siendo que detrás del score se encuentra el gurú musical Nigel Godrich (mejor conocido como el productor de cabecera de la banda británica Radiohead) y por si fuera poco las canciones de Sex-Bob-Omb fueron hechas por otra estrella de la escena independiente: Beck Hansen. El resultado es una amalgama musical que se fusiona a la perfección con el trato humorístico pero caótico que caracteriza a la cinta.

El material es fiel a la obra original, puesto que el mismo O’Maley supervisó todo el proceso creativo de la cinta, logrando que lo que parece a simple vista un collage de referencias a la cultura pop contemporánea, se convierta en un viaje furioso hacia la mente de cualquiera que haya tenido que lidiar con las presiones de tener que oprimir ‘START’ para conseguir una nueva oportunidad de acabar con la desidia de tener que conformarse con una realidad carente de fundamentos en donde encontrar la verdadera felicidad.

Este es un filme en el que la trama jamás pierde de vista que a final de cuentas en las historias de amor no sólo se trata de terminar con el puntaje más alto, sino también, de acumular todas esas experiencias en un crecimiento introspectivo, de nunca dudar en tener que tomar la decisión de insertar más monedas en esa máquina de arcadia que nos reta a gritos que aprovechemos esa segunda oportunidad para rescatar a la princesa.






2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muchos saludos, muy interesante el post, espero que sigas actualizandolo!

Anónimo dijo...

Greetings,

Thanks for sharing the link - but unfortunately it seems to be down? Does anybody here at elbloghappens.blogspot.com have a mirror or another source?


Cheers,
Jules